miércoles, 3 de marzo de 2010

Hacia Fabi

Ser-para-nos

Autora: Mara Sessa
“De lo que no es,
no te permito que lo digas ni pienses,
pues no se puede decir ni pensar lo que no es. […]”
PARMÉNIDES


¿Somos remanentes de una pluma injuriosa y siniestra? ¿O somos aquello que no puede nombrarse y, por ende, no debe existir? Y no debe existir como en sí mismo, como sujeta propia, libre, pero sí como artefacto manipulado, esencialmente útil para que un otro, neutro, se defina como tal y por oposición.
Todo el escenario del conocimiento evidencia que lo masculino occidental –y todo lo que toca– es el parámetro por excelencia para medir y acomodar a su conveniencia cualquier ente que se encuentre a su alrededor, de una única manera vertical y jerarquizada, con el fin de asentarse en el poder. Incluso, fundando realidades ficticias.
Su mano se convierte en antídotos adormecedores que opacan, que cavan profundamente hacia donde se desaparece; y si se percibe, se hará lo imposible para que sea otra cosa…
Pero allí, debajo, en ese hueco conocido y aletargado, existe una parte, una ínfima partícula que se mueve, que se sacude incómoda entre pieles ajenas; que se pierde, que se esfuerza por perderse y respirar lo intocable por otros.
Me permito entonces, con ansias mías y no de extraña veleta, expulsar lo que no me corresponde y adentrarme en sitios donde nadie me ha recorrido. Y en este construirme transito como inquisidora para desencontrarme en lo que soy y redescubrirme.
¿Por qué soy lo que soy, sin haberlo elegido? ¿Qué parte de mí, que aún sigo reconociendo como mía, no lo es? ¿Cómo puedo hallarme en mi ser si todo el externo cultural me atraviesa y me delimita? Interrogantes que probablemente no podré responder aquí de forma concluyente, y quizá me demoraré esta y otras vidas; sin embargo, pretendo que las presentes páginas revelen la raíz de mis cuestionamientos como parte de este proceso identitario.

La visibilidad de nosotras
La humanidad ha sido edificada mediante un discurso representado por una mitad de la población, sin participación de la otra: las mujeres, eternamente objetos serviles para la grandilocuencia de los hombres y su pretendida sociedad. De ellas y su disfrazada esencialidad que las recubre, se han valido para instalar una ideología que los beneficia en todos los espacios sociales.
Así es como este sistema se define como una opresión patriarcal hacia el colectivo mujeres, quienes luego de tanta obediencia impuesta, vejado su ínfimo y potente cuerpo, hemos resguardado una parte, de nosotras –no la que crearon de nosotras–, en un espacio casi noble, etéreo y ajeno al sistema normativo y hegemónico, capacitado para deshacerse y mezclarse con lo aprovechable de la cultura, y construir formas nuevas de ser y desenvolverse.
Gracias a nacer y permanecer inmersas en una cultura determinada, entramada en un complejo compendio normativo que nos orienta a la alienación y nos restringe, nos orienta a su vez a una resistencia. Esa resistencia constituye la parte impenetrable que nadie ha trastocado ni violentado. Es la que nos permite buscarnos no en ojos ajenos –masculinos ellos–, sino en un deseo propio de sabernos autónomas y ausentes, tocando el límite del autismo.
La forma con la cual han tenido los hombres para autodefinirse fue a través de lo que observaban fuera: lo que veían con mirada superficial y falseada en el cuerpo de mujer . No han sabido otra manera de saber quiénes son sino mediante una descripción exhaustiva, y recreada a su antojo, de la anatomía y sexualidad de la mujer, por contraposición, es decir, ser a partir de lo que no son (según ellos, físicamente primero y socialmente después). Y la resistencia implica despertarse y hacer de ese espejarse añicos.
De la misma forma han introducido este pensamiento en las mujeres: concebirse una misma según lo que los varones necesitan que seamos; dependencia que nos paraliza, nos extirpa.
En ese trajín perspicaz de la ciencia, empecinada en describir insidiosamente el objetivo final del cuerpo y la sexualidad de la mujer –y su finalidad en la sociedad–, se ha construido en ella una identidad comprada para establecerse coherentemente y como complemento en la misión masculina.
Así, la visión androcéntrica de mujer se vincula directamente con su sexo (para el otro) y con su único cometido en la vida: la reproducción (también para el otro, en torno al deseo del hombre por su descendencia y la continuidad del colectivo masculino en el poder). El cuerpo femenino se convierte en símbolo de debilidad y su peor enemigo: “[…] la mujer es una criatura ‘herida todos los meses’, que sufre casi constantemente por el trauma de la ovulación, que a su vez está en el centro de una fantasmagoría fisiológica y psicológica que domina su vida” (Laqueur, 1994: 376).
La categorización de nuestro cuerpo ha marcado nuestra constitución del ser, de la definición de placer (para el otro y no para una misma) y de erotismo –palabras que aún me suenan ajenas, porque han creado una imagen estática y plástica de ellas, desde la visión hegemónica para las que son utilizadas, como fetiches para el deseo ajeno.
Y cuando mencioné la palabra autismo, no me refiero a estar marginadas de la cultura (de hecho, en algún sentido esa exclusión nos ha distinguido), de ella no podemos escaparnos , sino más bien adentrarnos solitariamente en un proceso profundo, haciendo el esfuerzo por desprenderse de costras estereotipadas que nos inmovilizan y nos devuelven a aquella mirada masculina de mujer y de todo su entorno. Del estereotipo que se vincula con los conceptos actuales de “placer”, “erotismo” y “sexo” quiero evadirme.
La conexión que producen las personas entre sí se sustenta en las relaciones de poder correspondientes a una estructura de dominio y que son reforzadas cotidianamente en la educación, en los medios de comunicación, en el arte, mediante la heterosexualidad obligatoria, y por supuesto manejando los mismos conceptos de “sexo” y “placer” desde la visión violenta masculina . Este mecanismo forma parte de la ideología patriarcal y es el que pretende que no existan identidades diversas, mujeres diversas, concepciones de ser alternativas.
¿Pero cómo ejercitar este proceso profundo de deconstrucción? ¿Sólo por negación, por oposición a lo ya establecido? ¿No estaremos cayendo en el error masculino, definirnos en contraposición a lo que está fuera de nosotras? ¿Cómo establecer relaciones alternativas, sin que el poder sea el medio para ello, sin espejarse en el otro como forma de autodeterminación de una nueva identidad?
¿Cómo inventar entonces, en nuestra cotidianidad, una energía propia femenina, sin ningún vestigio de la morbosidad masculina, para poder encontrarnos en identidades más nuestras y vincularnos, a partir de ellas, con el mundo?

La burla de sernos…
(a modo de conclusión)

Por muchos terrenos inestables transita aún mi deseo de saberme. Pero de algo puedo sostenerme: de mi constante cuestionamiento a lo establecido, del eterno jugarme entre quienes reniegan de esa habilidad mía y de mi revincularme con otras mujeres.
Probablemente las relaciones entrañables entre mujeres, en las cuales nosotras mismas seamos las protagonistas y constructoras de una forma específica de vínculo, acordado en conjunto y desde la horizontalidad, sea la base para el ejercicio de ese nuevo lenguaje, en el que la palabra “erotismo” y la concepción de “lo erótico” se transformarán o se reinventarán; y principalmente donde el ser de las mujeres sea reconocido por nosotras, desde la autonomía y la sororidad.
Momento en que el género se transforma en algo performativo, en el que las mujeres se construyen con el actuar continuo. Y se establecerán otros géneros para que luego podamos cuestionarlos y volver a modificarlos. De esta manera, el sistema hegemónico (y la visión androcéntrica de las mujeres) se ve amenazado por la incesante actividad de subvertir las relaciones de poder (Butler, 2006).
Reconocernos en nuestro propio cuerpo (aunque sin salir de la escenificación externa de él), pero sobre todo sin recurrir conscientemente a imágenes fabricadas e inmutables de nuestro ser: “[…] entendiendo el cuerpo no como un hecho estático y ya realizado, sino como un proceso de envejecimiento, un devenir en el que el cuerpo, al convertirse en algo diferente, excede la norma y nos hace ver cómo las realidades a las cuales creíamos estar confinados no están escritas en piedra”. (Butler, 2006: 51)
Bordear la línea interna que nos divide entre la realidad incrustada y la fantasía querida, de nosotras mismas con nosotras mismas; en esa conexión es donde aquella parte incómoda que se sacude de huellas ajenas encuentra su espacio y se subvierte. Y las identidades de las mujeres van componiendo sus piezas…

Bibliografía
Butler, Judith (2006). Deshacer el género. Traduc.: Patricia Soley-Beltran. Barcelona: Paidós.
Laqueur, Thomas (1994). La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Traduc.: Eugenio Portela. Madrid: Ediciones Cátedra.
Peker, Luciana. “He-man está de vuelta”. Diario Página/12, suplemento “Las 12”, del 16 de mayo de 2009. Visto el 17/5/2009, en: www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-4913-2009-05-16.html
Pérez Sedeño, Eulalia (coord.) (1994). Conceptualización de lo femenino en la filosofía antigua. Madrid: Siglo XXI Editores.

Rousseau y la mujer como lo otro

Autoras: Ivannia Calderón y Mara Sessa
Introducción
Este trabajo tiene como finalidad realizar una profundización sobre la filosofía de Jean-Jacques Rousseau, su pensamiento y cómo sus escritos a lo largo de la historia han invisibilizado a las mujeres, al considerar al hombre como paradigma de la humanidad.
En el contenido se podrán encontrar diversos planteamientos del autor que nos ayudarán a construir su biografía, su visión sobre la constitución del ser humano, así como su perspectiva antropológica.
Dentro de sus planteamientos resalta sobremanera la libertad y los derechos del hombre como ser del ciudadano. Los hombres nacen libres y deben permanecer libres. Cuando se establecen el Estado y el contrato social, cuando se desarrollan las artes, las ciencias, la cultura y la educación, algunos pierden su condición de libertad y se convierten en esclavos o súbditos. Es así como se comienza el proceso de sometimiento de unos hombres a otros, y de aquéllos sobre lo “otro”.
La profundización del estudio en este autor nos ayudará a clarificar cómo la historia de la filosofía ha estado marcada por la exclusión de las mujeres y de los que no ostentan el poder, y sus respectivos aportes en la cultura y la sociedad.
Biografía del autor
Jean-Jacques Rousseau fue uno de los representes más destacados del pensamiento de la Ilustración de Europa, que tuvo gran influencia en la Revolución Francesa. Nacido en Ginebra (Suiza) en 1712 y fallecido en Ermenonville, Francia), fue filósofo, literato y pedagogo, y se desarrolló en distintas áreas del saber.
Su padre, Isaac Rousseau, de profesión relojero, se encargó de su primera instrucción, después de ser abandonado por su madre.
Tras un conflicto, su padre debe huir de Ginebra y tuvo que dejar a su hijo a cargo de un tío. Sus dificultades económicas hicieron que Rousseau abandone los estudios primarios y comenzara a trabajar como aprendiz de grabador en un taller. No satisfecho con su empleo, decide trasladarse a Saboya. Allí, mediante la ayuda de un párroco, conoce a Madame Warens, que lo envía al Instituto de Catecúmenos en Turín, donde es bautizado como católico. Luego se muda con Madame Warens, con quien pasa once años de su vida.
En 1740, en París, se relaciona por vez primera con los enciclopedistas (científicos, intelectuales y artesanos franceses que expusieron y escribieron las nuevas ideas del siglo XVIII reunidas en lo se denominó la Encyclopédie); entre otros, conocería a Diderot y Condillac.
Dentro de sus trabajos se encuentran los elaborados en el terreno musical y algunas comedias, además colaboró en la redacción de la Encyclopédie aportando artículos sobre música y trabajó como secretario de algunas familias nobles.
De su vasta producción cabe resaltar el Discurso las ciencias y las artes (1750), el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (1755), Emilio o de la educación (1762) –obra que el Parlamento de París condenará y ordena el arresto del autor–, El contrato social (1762); y las obras literarias La nueva Eloísa (1761), Ensoñaciones de un paseante solitario (1782) y Confesiones (1782-1789).
En 1749, la Academia de Dijon convocó un concurso sobre el tema “Si el restablecimiento de las ciencias y las artes ha contribuido a la depuración de las costumbres”, y lo gana con un discurso en el que responde negativamente. Su respuesta provoca desconcierto y admiración, y esto conlleva a que se le empiece a ver como un hombre polémico en la sociedad del momento.
En 1753, la misma Academia propone otro tema: “Cuál es el origen de la desigualdad de los hombres y si la autoriza la ley natural”. Rousseau responde con otro discurso en el que explica y desarrolla las ideas del primero.
Por razones poco claras, rompe relaciones con los enciclopedistas.
Vive un tiempo en casa de unos amigos en L’Ermitage, donde desarrolla sus obras más importantes: La nueva Eloísa, El contrato social y Emilio o de la educación.
Durante el arresto por la publicación de La nueva Eloísa, Rousseau consigue escapar y se refugia en Suiza, pero las dificultades que se presentan le obligan a trasladarse a Inglaterra, donde el filósofo empirista David Hume le ofrece su casa para resguardarse durante un tiempo. Sus manías persecutorias, debidas a su carácter huraño e irritable, le hacen desconfiar de Hume y decide, a pesar del riesgo que ello supone, volver a Francia. Poco después, se traslada a Ermenonville, donde vive gracias a la hospitalidad de un admirador, y en ese mismo lugar morirá.
Las teorías de Rousseau constituyeron una reforma al período de la Ilustración y dieron paso al Romanticismo. La nueva Eloísa se opone al pesimismo y escepticismo que, en general, en toda la literatura de su época es preponderante. El Emilio o de la educación es quizás su obra más importante; carece casi de elementos novelescos y su fin es el de exponer sus propios criterios educativos. La educación natural de Rousseau se basa en que en el niño existe un principio innato y activo, el cual, por medio de la experiencia, se va formando de manera gradual, según sus propios intereses.
Introducción al pensamiento de Rousseau
El hombre ha nacido libre y, sin embargo,
por todas partes se encuentra encadenado.
Tal cual se cree el amo de los demás, cuando,
en verdad, no deja de ser tan esclavo como ellos.
JEAN-JACQUES ROUSSEAU
Este pensador francés de inicios del siglo XVIII plantea en su obra varios temas alrededor de la constitución del ser humano, su utilidad en la sociedad y el origen de las relaciones sociales. Propone como la más antigua y la única natural de las sociedades, la familia, y como jefe que decide y dirige: el hombre. Los hijos tendrán segunda importancia porque serán los socializados para ser ciudadanos cuando tengan edad para ello, “el pueblo es la imagen de los hijos” (Rousseau, 1980: 11).
La sociedad se encuentra estratificada en: pueblo (los asociados o ciudadanos, porque participan en la autoridad soberana) y súbditos (aquellos sometidos a las leyes del Estado, como los esclavos y las mujeres):
Concibo en la especie humana dos clases de desigualdad: una, que llamo natural o física, porque se haya establecida por la naturaleza, y que consiste en la diferencia de edades, de salud, de fuerzas del cuerpo y de las cualidades del espíritu o del alma; otra, que se puede llamar desigualdad moral o política, porque depende de una especie de convención, y que se haya establecida (al menos autorizada) por el consenso de los hombres. Esta consiste en los diferentes privilegios de que gozan los unos en prejuicio de los otros, como el ser más ricos, más distinguidos, más poderosos, e incluso el hacerse obedecer. (Rousseau, 1973: 25)
Con respecto a lo anterior, Rousseau afirma que la desigualdad entre los hombres (referidos a todos los seres humanos) está dada por la naturaleza, por el cuerpo, es decir que esta desigualdad coloca en el espacio de lo “otro” a las mujeres, por sus diferencias anatómicas, en las que se ponen en evidencia su debilidad física, su inocencia y su ausencia de racionalidad o ignorancia, así como su sensibilidad, en contraposición con las cualidades viriles. Por otro lado, existe otra clase de desigualdad (quizás en un nivel menos violento), constituida por la moral o la política, en la que se refiere sólo a las relaciones jerarquizadas entre los varones, en un espacio público y en una dinámica de fraternidad.
Uno de los análisis fundamentales que Rousseau hace es que en el estado natural, el hombre primitivo (que lo considera como animal o brutal) tiene mayor libertad (esto no indica que sea libre en su totalidad) porque no existen normas e instituciones que dirijan su actuar y le dicten cuáles son sus deberes; este hombre sí es gobernado por la naturaleza, pero ésta no dictamina con desigualdad. Mientras, el hombre socializado es una versión superada del hombre primitivo (definido máquina), aunque se convierte en un objeto social y por ende pierde su libertad.
El pasar del estado de naturaleza al civil determina en el hombre un cambio significativo en su conducta, ya que anteriormente era regido por el instinto y ahora por la justicia y la moralidad. En resumen, el autor expone la diferencia entre uno y otro estado de la siguiente manera:
[…] lo que el hombre pierde por el contrato social es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo cuanto le apetece y puede alcanzar: lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee. Para no equivocarse en estas complicaciones es preciso distinguir la libertad natural, que no tiene más límites que las fuerzas del individuo, de la libertad civil, que está limitada por la voluntad general y la posesión […] (Rousseau, 1988: 31)
Por consiguiente, lo que Rousseau quiere manifestar es que la civilización ha corrompido al ser humano puro, honesto e incapaz de faltar a la verdad, a través de dogmas culturales y el acercamiento al conocimiento; consecuentemente, sencillez y pureza eran para él conceptos antagónicos de sabiduría: “[…] la naturaleza fue sometida a la ley […]” (Rousseau, 1973: 26).
Sólo la familia es el modelo natural que ambos estados (naturaleza y civilización) comparten: el primero no tiene normas y convenciones que la regulen (los deseos del hombre primitivo se limitan a la satisfacción de las necesidades de alimentación, tener una hembra y el descanso); y el segundo es una familia donde la estructura está basada en las relaciones verticales de poder, donde el padre es el jefe máximo, los hijos son sus herederos naturales y la madre (e hijas mujeres) son objetos de aquéllos, encargadas de transmitir la moralidad (como base en la unión conyugal), pero al mismo tiempo son la fuente de las pasiones de los hombres y el camino a la irracionalidad y el mal, ámbito que los hombres consideran que manejan con habilidad para establecer su propio imperio, temible y peligroso para el poderío masculino.
Presentación y análisis
de la perspectiva antropológica de Rousseau

Para este filósofo, la esencia del ser humano se concibe desde la biología o naturaleza, es decir, desde la diferencia física que crea la desigualdad entre los hombres y entre hombres y mujeres. Esta distinción se fundamenta en la dicotomía pasión-sensibilidad-ignorancia-debilidad de las mujeres y racionalidad-inteligencia-sabiduría-fuerza de los hombres.
Por otro lado, se podría atribuir la concepción del ser humano diferenciada entre el hombre primitivo –que nace siendo bueno–, cercano a la naturaleza y al estado de pureza, al instinto, la ignorancia y la inocencia; frente al hombre civilizado, vinculado con el conocimiento, la razón, la corrupción y la privación de libertad –probablemente ante la pérdida de dicha pureza.
Se deduce, entonces, que el ser humano está ubicado en un lugar diferenciado en el universo, donde existen dos niveles bien delimitados: superioridad-inferioridad, naturaleza-cultura. Por supuesto, los sometidos –esclavos, mujeres, hijos e hijas, pueblo, etc.– en el nivel de inferioridad-naturaleza, y los opresores –hombres, según su posición jerárquica– en el nivel superioridad-civilización (cultura-educación-arte-ciencia-política).
Para Rousseau, el fin último de la existencia humana es la libertad. El nacimiento le da al ser humano el derecho innato de libertad: “Renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de hombre, a los derechos de humanidad e incluso a los deberes”. (Rousseau, 1988: 18) Así, los medios para alcanzar dicha finalidad dependen del estrato social o la condición biológica, y de saber qué deberes y obligaciones se deben cumplir para alcanzar dicha libertad; la libertad, por ello, no es la misma para todas las personas.
[…] Cuando las mujeres son lo que deben ser, se limitan a las cosas de su competencia y juzgan siempre bien; pero desde que se han convertido en árbitros de la literatura, desde que se han situado para juzgar los libros y actuar a toda costa, ya no conocen. Los autores que consultan a las sabias sobre sus obras están siempre seguros de ser mal aconsejados; los elegantes que les consultan sobre su atuendo quedan siempre en ridículo. Yo tendré muy pronto ocasión para hablar de los verdaderos talentos de este sexo, de la manera de cultivarlos, de las cosas sobre las cuales deben ser oídas sus decisiones. (Rousseau, 1985: 394-395)
Dentro del ámbito social, se pretende mantener la superioridad, la reproducción de la educación moral y la intelectual –diferenciada según clase y sexo–, la complementariedad de los sexos: “La mujer y el hombre están hechos el uno para el otro, pero no es igual su mutua dependencia: los hombres dependen de las mujeres por sus deseos; las mujeres dependen de los hombres por sus deseos y por sus necesidades; subsistiremos mucho más sin ellas que ellas sin nosotros”. (Rousseau, 1985: 419) Para cumplir dicho fin, se utilizan medios como el contrato matrimonial, el establecimiento de la familia y sus convenciones, la herencia de padres a hijos varones, la privación del acceso a la educación a algunos sectores de la población, la satanización de las pasiones femeninas como generadoras del mal de la humanidad, entre otros.
La mujer es concebida de dos formas: una es instintiva, sin control de sus propias pasiones, amoral:
[…] Entre las pasiones que agitan el corazón del hombre, hay una ardiente, impetuosa, que hace un sexo necesario para el otro, pasión terrible que arrastra todos los peligros, derriba todos los obstáculos, y que, en sus furores, parece propia para destruir el género humano que está destinada a conservar. […]
Hay que convenir que cuanto más violentas son las pasiones, más necesarias son las leyes para contenerlos. […] (Rousseau, 1980: 241)
Otra es modesta, pudorosa y controlada, donde se le permite crear deseo y saciar la necesidad física del hombre, pero no experimentarlo ella misma; la conexión a la sexualidad de la mujer se remite únicamente a la reproducción:
[…] corregir mediante la dulzura persuasiva de vuestras lecciones, y las modestas gracias de vuestra conversación […]. Sed, pues, siempre lo que sois, las castas guardianas de las costumbres y los dulces vínculos de la paz, y continuar haciendo valer en toda ocasión los derechos del corazón y de la naturaleza en provecho del deber y de la virtud. […] (Rousseau, 1980: 191)
En el espacio político, se busca conservar la jerarquización y a raíz de ella se establecen diferentes niveles de libertad, empleando medios normativos como el contrato social y la legislación: “Cuanto mejor constituido está el Estado, más se imponen los asuntos públicos sobre los privados en el espíritu de los ciudadanos”. (Rousseau, 1980: 97) Así es como todo lo limitado a lo privado queda subyugado y no hay asuntos allí que necesiten discusión o entendimiento; ese ámbito no implica una construcción política, ya es un devenir natural.
Conclusión
El pensamiento de Rousseau se torna por momentos muy confuso. Por ejemplo, encontramos que existen límites muy inciertos entre el concepto de estado natural y la naturaleza del hombre, que aquél exige ser medido por la ley porque se trata de un estado violento para el hombre; y a su vez en su obra manifiesta que la ley encadena a las personas, quienes son libres y buenos por nacimiento. El autor se opone entonces a la idea ilustrada de progreso, ya que considera que la cultura y la civilización tienen todos los males que afectan al hombre y lo conducen a un estado de corrupción.
Por otro lado, al utilizar el término “hombres” como parámetro del genérico humano, a veces se hace complejo distinguir si se está incluyendo a las mujeres en ciertos temas, ya que los varones son los únicos ciudadanos y los que tienen acceso a la palabra, y algunos a las decisiones de los destinos de la política y la sociedad.
Lo que produce el establecimiento de la sociedad civil, como resultado de un pacto social, es la imposición de una realidad ficticia de igualdad de derechos para sus ciudadanos, determinando una clara jerarquización entre unos y otros, donde se genera la exclusión de la libertad a mujeres, niños, niñas, pueblo, esclavos…
Naturalmente, estamos ante un filósofo esencialista, y su postura establece que las cualidades fisiológicas de los individuos determinan sus capacidades intelectuales, emocionales y prácticas. Y por supuesto, toma más fuerza esta perspectiva cuando se trata de definir la constitución y el papel de las mujeres en la sociedad, ya que no le es posible concebirlas y analizarlas con habilidades e intelecto, porque compondrían una poderosa competencia para el imperio del conocimiento y del espacio público, ámbito acaparado por lo masculino. Se manifiesta así la idea de mujer-objeto en la sociedad civil, quien constituye una extensión del hombre (ella es en la medida que tenga su pareja masculina); y toda aquella que transgrediera los mandatos de sumisión, obediencia, modestia y moral, sería satanizada y se transformaría en sinónimo de maldad.
Entonces, cuando se trata de género, la otredad que conforman las mujeres se potencializa aun más a partir de sus características físicas, trastocando su realidad e identidad.
Bibliografía
Laqueur, Thomas (1994). La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Trad.: Eugenio Portela. Madrid: Ediciones Cátedra.
Lévi-Strauss, Claude, et al. (1972). Presencia de Rousseau. Selección de José Sazbón. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.
Pellini, Claudio (sf). Jean Jacques Rousseau. Biografía y su filosofía. http://www.portalplanetasedna.com.ar/hombres_ilustracion4.htm
Rousseau, Jean-Jacques (1980). Del contrato social. Discurso sobre las ciencias y las artes. Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Madrid: Editorial Alianza S. A.
Rousseau, Jean-Jacques (1973). Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. Primera Edición. Trad.: José López y López. Edición Española.
Rousseau, Jean-Jacques (1974). Discurso sobre las ciencias y las artes. Tercera Edición. Buenos Aires: Ediciones Aguilar Argentina S.A.
Rousseau, Jean-Jacques (1988). El contrato social. Bogotá: Editorial Panamericana.
Rousseau, Jean-Jacques (1970). Emilio o de la educación. Primera Edición. México: Editorial Porrúa, S. A.
Rousseau, Jean-Jacques (1985). Emilio o de la educación. Prólogo de María del Carmen Iglesias. Trad.: Luis Aguirre Prado. Madrid: Editorial EDAF, S. A.

domingo, 10 de enero de 2010

La otra historia...




 



Video_Fabi y la Agencia


Pueden ver el siguiente video en YouTube:

http://www.youtube.com/watch?v=l52n-xn6iFg

que pretende poner en evidencia la presión social del patriarcado para que todas las mujeres vivan y cumplan con el estereotipo de belleza femenina. En este caso Faby se esfuerza para cumplirlo pero evidentemente no lo logra y hace que se ridiculice esa construcción cultural de mujer como producto fabricado por y para el hombre.

Saludetes.

sábado, 9 de enero de 2010

Escritos_Ciega de muerte

Se ha sentido un viento que no escapa de los límites extraños.
Se ha instalado en alguna parte honda y temerosa.
Donde abundan semillas viejas y crecen rompiendo raíces.

La imagen del suelo cuando se está arriba y aplasta cimientos.
La brújula que ya no orienta ni da un segundo de reparo.

Pequeña salta de su burbuja, que brilla y nace minúscula.
Se sienta y tiembla sus manos, su cielo eterno… su vacío.

Un cuerpo sin sombrero, que arrastra asperezas y clama profundo.
Abierta de serse inhumana.
Cree, salvaje, la inmensidad de mil puertas.
Pierde rasgos de sequedad y de ternura.

Lame, suda y grita un sol que arde en silencio.

Escritos_Rotura inquebrantable

Por sus grietas se han levantado universos densos
Incestuosas se corrompen en el delirio de la sangre
Miel que quema, que sutura, que grita, que trasciende.

Y se ahorcan las espaldas para dejar de espiar desde el fondo.
Un hondo y alejado mundo de silencio muere, atraviesa poderes.
Sin ellos se impacienta la cuchilla afilada de la mirada ajena.

Clava el puñal de delirio y se embellece.
Años incalculables en su postre tirano que la arrincona,
en su propio desamparo, en su eterno triunfo.

No descansa, se paraliza, pero no cesa.
La clavan, la encierran, se enflaquece, se quiebra.
Oculta va destejiendo historias de otras,
Y se recrea y se abraza y se desarma.

Se quema de espanto, se retuerce…

Cuenta sigilos en el cuerpo
Y una ausencia de ausencias la conquista.

…susurra… se esconde… inmortaliza su ira.