miércoles, 3 de marzo de 2010

Ser-para-nos

Autora: Mara Sessa
“De lo que no es,
no te permito que lo digas ni pienses,
pues no se puede decir ni pensar lo que no es. […]”
PARMÉNIDES


¿Somos remanentes de una pluma injuriosa y siniestra? ¿O somos aquello que no puede nombrarse y, por ende, no debe existir? Y no debe existir como en sí mismo, como sujeta propia, libre, pero sí como artefacto manipulado, esencialmente útil para que un otro, neutro, se defina como tal y por oposición.
Todo el escenario del conocimiento evidencia que lo masculino occidental –y todo lo que toca– es el parámetro por excelencia para medir y acomodar a su conveniencia cualquier ente que se encuentre a su alrededor, de una única manera vertical y jerarquizada, con el fin de asentarse en el poder. Incluso, fundando realidades ficticias.
Su mano se convierte en antídotos adormecedores que opacan, que cavan profundamente hacia donde se desaparece; y si se percibe, se hará lo imposible para que sea otra cosa…
Pero allí, debajo, en ese hueco conocido y aletargado, existe una parte, una ínfima partícula que se mueve, que se sacude incómoda entre pieles ajenas; que se pierde, que se esfuerza por perderse y respirar lo intocable por otros.
Me permito entonces, con ansias mías y no de extraña veleta, expulsar lo que no me corresponde y adentrarme en sitios donde nadie me ha recorrido. Y en este construirme transito como inquisidora para desencontrarme en lo que soy y redescubrirme.
¿Por qué soy lo que soy, sin haberlo elegido? ¿Qué parte de mí, que aún sigo reconociendo como mía, no lo es? ¿Cómo puedo hallarme en mi ser si todo el externo cultural me atraviesa y me delimita? Interrogantes que probablemente no podré responder aquí de forma concluyente, y quizá me demoraré esta y otras vidas; sin embargo, pretendo que las presentes páginas revelen la raíz de mis cuestionamientos como parte de este proceso identitario.

La visibilidad de nosotras
La humanidad ha sido edificada mediante un discurso representado por una mitad de la población, sin participación de la otra: las mujeres, eternamente objetos serviles para la grandilocuencia de los hombres y su pretendida sociedad. De ellas y su disfrazada esencialidad que las recubre, se han valido para instalar una ideología que los beneficia en todos los espacios sociales.
Así es como este sistema se define como una opresión patriarcal hacia el colectivo mujeres, quienes luego de tanta obediencia impuesta, vejado su ínfimo y potente cuerpo, hemos resguardado una parte, de nosotras –no la que crearon de nosotras–, en un espacio casi noble, etéreo y ajeno al sistema normativo y hegemónico, capacitado para deshacerse y mezclarse con lo aprovechable de la cultura, y construir formas nuevas de ser y desenvolverse.
Gracias a nacer y permanecer inmersas en una cultura determinada, entramada en un complejo compendio normativo que nos orienta a la alienación y nos restringe, nos orienta a su vez a una resistencia. Esa resistencia constituye la parte impenetrable que nadie ha trastocado ni violentado. Es la que nos permite buscarnos no en ojos ajenos –masculinos ellos–, sino en un deseo propio de sabernos autónomas y ausentes, tocando el límite del autismo.
La forma con la cual han tenido los hombres para autodefinirse fue a través de lo que observaban fuera: lo que veían con mirada superficial y falseada en el cuerpo de mujer . No han sabido otra manera de saber quiénes son sino mediante una descripción exhaustiva, y recreada a su antojo, de la anatomía y sexualidad de la mujer, por contraposición, es decir, ser a partir de lo que no son (según ellos, físicamente primero y socialmente después). Y la resistencia implica despertarse y hacer de ese espejarse añicos.
De la misma forma han introducido este pensamiento en las mujeres: concebirse una misma según lo que los varones necesitan que seamos; dependencia que nos paraliza, nos extirpa.
En ese trajín perspicaz de la ciencia, empecinada en describir insidiosamente el objetivo final del cuerpo y la sexualidad de la mujer –y su finalidad en la sociedad–, se ha construido en ella una identidad comprada para establecerse coherentemente y como complemento en la misión masculina.
Así, la visión androcéntrica de mujer se vincula directamente con su sexo (para el otro) y con su único cometido en la vida: la reproducción (también para el otro, en torno al deseo del hombre por su descendencia y la continuidad del colectivo masculino en el poder). El cuerpo femenino se convierte en símbolo de debilidad y su peor enemigo: “[…] la mujer es una criatura ‘herida todos los meses’, que sufre casi constantemente por el trauma de la ovulación, que a su vez está en el centro de una fantasmagoría fisiológica y psicológica que domina su vida” (Laqueur, 1994: 376).
La categorización de nuestro cuerpo ha marcado nuestra constitución del ser, de la definición de placer (para el otro y no para una misma) y de erotismo –palabras que aún me suenan ajenas, porque han creado una imagen estática y plástica de ellas, desde la visión hegemónica para las que son utilizadas, como fetiches para el deseo ajeno.
Y cuando mencioné la palabra autismo, no me refiero a estar marginadas de la cultura (de hecho, en algún sentido esa exclusión nos ha distinguido), de ella no podemos escaparnos , sino más bien adentrarnos solitariamente en un proceso profundo, haciendo el esfuerzo por desprenderse de costras estereotipadas que nos inmovilizan y nos devuelven a aquella mirada masculina de mujer y de todo su entorno. Del estereotipo que se vincula con los conceptos actuales de “placer”, “erotismo” y “sexo” quiero evadirme.
La conexión que producen las personas entre sí se sustenta en las relaciones de poder correspondientes a una estructura de dominio y que son reforzadas cotidianamente en la educación, en los medios de comunicación, en el arte, mediante la heterosexualidad obligatoria, y por supuesto manejando los mismos conceptos de “sexo” y “placer” desde la visión violenta masculina . Este mecanismo forma parte de la ideología patriarcal y es el que pretende que no existan identidades diversas, mujeres diversas, concepciones de ser alternativas.
¿Pero cómo ejercitar este proceso profundo de deconstrucción? ¿Sólo por negación, por oposición a lo ya establecido? ¿No estaremos cayendo en el error masculino, definirnos en contraposición a lo que está fuera de nosotras? ¿Cómo establecer relaciones alternativas, sin que el poder sea el medio para ello, sin espejarse en el otro como forma de autodeterminación de una nueva identidad?
¿Cómo inventar entonces, en nuestra cotidianidad, una energía propia femenina, sin ningún vestigio de la morbosidad masculina, para poder encontrarnos en identidades más nuestras y vincularnos, a partir de ellas, con el mundo?

La burla de sernos…
(a modo de conclusión)

Por muchos terrenos inestables transita aún mi deseo de saberme. Pero de algo puedo sostenerme: de mi constante cuestionamiento a lo establecido, del eterno jugarme entre quienes reniegan de esa habilidad mía y de mi revincularme con otras mujeres.
Probablemente las relaciones entrañables entre mujeres, en las cuales nosotras mismas seamos las protagonistas y constructoras de una forma específica de vínculo, acordado en conjunto y desde la horizontalidad, sea la base para el ejercicio de ese nuevo lenguaje, en el que la palabra “erotismo” y la concepción de “lo erótico” se transformarán o se reinventarán; y principalmente donde el ser de las mujeres sea reconocido por nosotras, desde la autonomía y la sororidad.
Momento en que el género se transforma en algo performativo, en el que las mujeres se construyen con el actuar continuo. Y se establecerán otros géneros para que luego podamos cuestionarlos y volver a modificarlos. De esta manera, el sistema hegemónico (y la visión androcéntrica de las mujeres) se ve amenazado por la incesante actividad de subvertir las relaciones de poder (Butler, 2006).
Reconocernos en nuestro propio cuerpo (aunque sin salir de la escenificación externa de él), pero sobre todo sin recurrir conscientemente a imágenes fabricadas e inmutables de nuestro ser: “[…] entendiendo el cuerpo no como un hecho estático y ya realizado, sino como un proceso de envejecimiento, un devenir en el que el cuerpo, al convertirse en algo diferente, excede la norma y nos hace ver cómo las realidades a las cuales creíamos estar confinados no están escritas en piedra”. (Butler, 2006: 51)
Bordear la línea interna que nos divide entre la realidad incrustada y la fantasía querida, de nosotras mismas con nosotras mismas; en esa conexión es donde aquella parte incómoda que se sacude de huellas ajenas encuentra su espacio y se subvierte. Y las identidades de las mujeres van componiendo sus piezas…

Bibliografía
Butler, Judith (2006). Deshacer el género. Traduc.: Patricia Soley-Beltran. Barcelona: Paidós.
Laqueur, Thomas (1994). La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Traduc.: Eugenio Portela. Madrid: Ediciones Cátedra.
Peker, Luciana. “He-man está de vuelta”. Diario Página/12, suplemento “Las 12”, del 16 de mayo de 2009. Visto el 17/5/2009, en: www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-4913-2009-05-16.html
Pérez Sedeño, Eulalia (coord.) (1994). Conceptualización de lo femenino en la filosofía antigua. Madrid: Siglo XXI Editores.

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